miércoles, 10 de octubre de 2012

Pomporrutas imperiales:

Yo siempre he sido muy de himnos, qué se le va a hacer. Me encanta ese tachántachán, que anima a cuadrarse, levantar la cabeza y andar erguido cantando a grito pelado como si estuviera marchando en un desfile. Y me gustan casi todos los himnos patrióticos, desde el nacional hasta la Internacional o la Marsellesa. Nadie es perfecto. En el colegio nos machacaban a himnos religiosos y patrióticos, como ese Montañas nevadas, banderas al viento, a cuyo compás marchábamos en las tablas de gimnasia. Era la posguerra y, en crisis continua y a falta de cosas mejores, las canciones nos hablaban de glorias pasadas, no dudando en recular hasta los Reyes Católicos (De Isabel y Fernando el espíritu impera…) o en animarnos con reivindicar imperios perdidos en la noche de los tiempos, como ese “Voy por rutas imperiales, caminando hacia Dios…”, que para nosotros pronto se convirtió en Pomporrutas imperiales. A mi amigo Mere le enseñaban, además, en el colegio el “Cara al sol”. Recuerdo una vez, caminando desde La Redondela a Lepe, que iban cantándolo a todo trapo con sus voces infantiles, y una viejita que pasaba se quedó mirándolos y les dijo: “¿Cagas al sol? ¡Caga a la Luna que nadie te ve!”. A ellos y a mí, que estábamos en el periodo caca-pedo-culo-pis, nos hizo una gracia tremenda y nos partíamos de la risa. ¿Ha pasado ya la época de los himnos? Tal vez sí. Hace años me invitaron a una comida multitudinaria de antiguos amigos, una puchera de habas en casa de Pedro el ” Pechotabla”. Fue un rato estupendo porque siempre se pasa bien comiendo una buena comida y recordando viejos tiempos. Pero al final se levantaron los mayores, que eran quienes lo habían organizado todo, y a una señal, todos se pusieron a tatarear el himno nacional con un entusiasmo digno de mejor causa. Lo más que recuerdo es, al mirar alrededor, ver la mirada estupefacta y la boca abierta de Pedro el “Pechotabla” viendo a todos aquellos señores de 70 años o más, desgañitarse tatareando. No he vuelto más. Simplemente, tal vez sea el momento de cantar suavito en esta tibia tarde de verano, con el único acompañamiento de la guitarra, un Himno de gratitud: Gracias a la vida, que me ha dado tanto…

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